Es habitual en los debates sobre Derechos Humanos y cultura que se crucen acusaciones de racismo o etnocentrismo. Desde ciertas perspectivas multiculturalistas, las prácticas culturales sólo pueden ser entendidas desde la lógica interna de la comunidad de origen, que además no tiene obligación alguna de incorporar el marco de derechos para hacer sus propias valoraciones. Esto tiene un cierto sentido metodológico en el ámbito de la antropología, para prevenir conclusiones apresuradas que incorporen el sesgo de origen del investigador. Pero tiene un encaje político más difícil en un mundo global. El etnógrafo, nos dice Celia Amorós, tiene que optar entre moverse en un nivel ético o uno estético. O eso piensa él, porque, ¿es posible permanecer en un nivel estético cuando un hecho tiene carga ética?. A quienes apoyamos a mujeres disidentes del hiyab, por ejemplo, se nos suele acusar de etnocéntricos y colonialistas (a pesar de que el hiyab llega al norte de África a través de la colonización árabe). Sin embargo, en mi opinión es el multiculturalismo el que tiene un sesgo etnocéntrico que le impide reconocer el valor cultural de toda disidencia que no tenga un origen occidental
Las culturas no son totalidades cerradas, homogéneas, inmutables. Todos los grupos humanos tienen algún tipo de diversidad interna. Albergan grupos hegemónicos, con mayor capacidad para imponer significados culturales, pero también disidencias y grupos crítico-reflexivos sobre su propia tradición, que aportan elementos culturales que, no siendo hegemónicos, tienen sin embargo un enorme valor. La razón por la que los multiculturalismos posmodernos no entienden el enorme poder significante, en términos culturales, del rechazo al hiyab de muchas mujeres norteafricanas, es que aplican la “matriz de inteligibilidad” de su contexto occidental. A partir de esta matriz todo lo que no exista como disidencia en las comunidades occidentales es sencillamente ilegible para ellos como contenido cultural. Por eso les resulta visible, igual que a nosotros, la significación cultural de las disidencias LGTB en los contextos islámicos. Es fácil porque esta disidencia tiene su origen en el contexto occidental. Pero les es invisible el valor cultural que tiene “quitarse un pañuelo” de la cabeza, porque este acto no tiene significado en occidente. Quitarse el hiyab sólo significa donde ponérselo significa. Pero esto no tendría que ser una limitación para nuestra comprensión cultural, aunque requiere renunciar a la matriz etnocéntrica del multiculturalismo. Una disidencia puede tener significado cultural aunque no exista en occidente.
Lo anterior conlleva que los discursos que tildan de islamofobia a la solidaridad de hombres y mujeres europeas con las disidentes africanas del hiyab, están profundamente enraizados en el etnocentrismo. Cuando se cuestiona el hiyab se defiende un elemento de enorme significación cultural en el contexto africano. No necesitamos, como parecen necesitar los multiculturalistas posmodernos, que esa disidencia pre-exista en Europa para reconocerle valor, porque nuestra matriz no es etnocéntrica sino universalista. Cuando nos situamos junto a los grupos críticos de una comunidad, estamos apoyando la cultura de esa comunidad. A lo mejor no su vertiente hegemónica, aquella que generalmente trata de definir la extrema derecha de turno. Pero si negamos el valor de esas disidencias en términos culturales, estamos afirmando el derecho de los grupos dominantes a definir culturalmente al grupo entero de manera totalitaria, a la vez que negamos cualquier posibilidad individual de crear cultura o significados… o de oponerse y articular formas culturales de resistencia. Estaremos, no obstante, cayendo en una definición de la cultura ajena a la realidad. Ninguna cultura es total y homogénea. Le guste o no a la extrema derecha islámica y sus aliados posmodernos en occidente, el norte de África y Oriente Medio es plural y heterogéneo. La interpretación que los individuos de una misma comunidad realiza de sus símbolos es siempre problemática y contiene una tensión.
Frente al multiculturalismo posmoderno, que defiende la distancia acrítica entre culturas, Celia Amorós o Seyla Benhabib defienden la interpelación mutua en un diálogo abierto. En lugar de abandonar el pensamiento crítico, generalizarlo desde la reciprocidad simétrica. Esto sirve para luchar contra el racismo, porque descarta las tendencias etnocéntricas, pues se lleva a cabo desde los grupos críticos, es decir, grupos que primero han puesto en cuestión su propia tradición como legitimadora de las normas. Y exige dejarse interpelar por el otro como condición de posibilidad para un diálogo no etnocéntrico.
Te felicito por tu análisis! Me parece realmente esclarecedor ese negarse a aceptar una disidencia cultural cuando no tiene significado en Occidente, nunca lo había pensado, y cuánto de etnocentrismo tiene defender determinadas imposiciones en nombre de la multiculturalidad. No sé si habría que añadir que la misógina, inducida por el patriarcado e interiorizada por hombres y mujeres, tiene un peso específico cuando se trata de defender, o no, disidencias culturales tales como la imposición del hiyab que sólo afecta a las mujeres.
En todo caso, he aprendido muchas cosas leyendo tu post y me ha dado argumentos muy valiosos e inteligentes con respecto a esta cuestión.
Gracias!