- ¿Te acuerdas de Lando Calrissian?
- Me acuerdo. ¿Y te cuerdas de Chewbacca? ¿Y del Halcón Milenario?
- Sí, sí, me acuerdo, me acuerdo
(Conversación entre "glorias pasas", South Park temporada 20)
South Park es una llamada al cinismo. Seguramente por eso es el producto audiovisual que mejor ha retratado la crisis de la posmodernidad. Desde sus inicios en 1997 se ha metido en todos los charcos posibles: la identidad, las transformaciones del trabajo, la telebasura, el terrorismo, la retromanía o el cambio climático. Y ha sabido hacerlo mostrando de manera divertida y dolorosa, no sólo las miserias del sistema, sino también las dificultades y contradicciones de sus oponentes. En South Park funciona una “razón cínica” que huye del realismo vulgar, lo que le ha permitido conservar un potencial crítico que otros formatos han perdido. Es un cinismo post-punk que permanece como fondo desde la primera temporada. No sólo por su fidelidad a la consigna punk del “hazlo tu mismo”, con sus personajes de papel y su técnica de stop motion (ahora digitalizada); South Park es un producto post-punk también en sus referencias cotidianas: el gigante Robert Smith contra la maquínica Barbara Streisan, los góticos de la Escuela Elemental, o los cameos de Korn, un grupo que en sus mejores momentos aportó una estética "glam chandalera" al metal en decadencia de los 90 (¿qué era, si no, el chándal metal?).
Si la serie de Matt Stone y Trey Parker ha conservado su potencial político en tiempos de realismo capitalista es, sin duda, por su huida del racionalismo vulgar. Y esto es así porque la ideología no funciona en el plano cognitivo. En términos clásicos, la ideología funciona ocultando las relaciones sociales que hay detrás de la forma mercancía. El sujeto del capitalismo estaría alienado al desconocer que detrás de la mercancía se esconden relaciones de explotación. Por eso, sin salir de los términos clásicos, bastaría con mostrar las relaciones sociales que el sistema quiere ocultar para generar conciencia de clase. Sin embargo, sabemos que esto no es así. Nadie desconoce hoy que detrás de nuestros teléfonos móviles hay guerras por el coltán y trabajo infantil. Sin embargo, no renunciamos a la mercancía, porque la ideología no funciona en el plano cognitivo. La ideología no oculta, produce. En concreto, produce comportamientos.
Pero si la ideología es productiva, entonces no basta con mostrar lo que de todos modos no está oculto. Por eso el racionalismo realista o el realismo vulgar no funcionan políticamente y son fáciles de asimilar. Si el campo de batalla no es el conocimiento, hay que buscar otros planos de acción cultural. Sobre todo porque el realismo capitalista se basa en la idea de que no hay alternativa, y necesita que exista la crítica para que todo quede dentro. El requisito es que la crítica sea realista, porque ésta no afecta al plano en el que opera de verdad la ideología, como ha demostrado sobradamente el fenómeno Ayuso.
Después de las elecciones de Mayo de 2021 en Madrid, hubo una ola de desconcierto por la victoria de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta ha hecho una gestión pésima de la pandemia en términos sanitarios. No parece, además, la persona más inteligente del planeta. Pero arrasó en las elecciones anticipadas del 4 de Mayo. Las conclusiones apresuradas de algunos no tardaron: la gente es tonta. Esta es una valoración perezosa pero que no conviene despreciar, porque en el fondo refleja el atasco en las formas clásicas de analizar el funcionamiento de la ideología. “La gente es tonta” significa que sabiendo lo que saben, han votado en contra de sus intereses. Si Marx resumía el funcionamiento de la ideología con su famosa frase “no lo saben, pero lo hacen”, el votante de Ayuso lo sabe pero lo hace, lo que lo convertiría en una especie de borrego. Pero todo es más complejo, como demuestra South Park.
En la temporada 20 la serie aborda el fenómeno del populismo y su llegada al gobierno de los Estados Unidos. El profesor Garrison, que poco a poco se convierte en un calco de Donal Trump, alcanza el poder por culpa de las versiones retromaníacas de Star Wars de J.J. Abrahams. El consumo de “glorias pasas”, unas uvas parlanchinas que hacen recordar momentos cinematográficos de “tiempos mejores”, introduce a los adultos en un bucle de nostalgia. No es la inteligencia del candidato sino la añoranza generalizada de los tiempos de Chewbacca y Lando Carlrissian lo que permite el auge del populismo. En el lema de campaña de Trump (“Make America great again”), lo importante es el “again”, la apelación emocional. Tanto es así, que cuando el profesor Garrison trata de perder las elecciones porque no quiere ser presidente, no lo consigue. Da igual las burradas públicas que se empeñe en realizar, él ya no es un candidato sin más, sino “el sublime objeto de la ideología” de millones de americanos. El profesor, como Trump o Ayuso, son la sublimación de una serie de emociones y deseos que la cultura ha producido en buena parte de la gente. Son la concreción difusa de valores e impulsos emocionales que no se dan en el plano cognitivo. Y por eso no pueden ser desactivados desde el realismo. Lo difícil de explicar es el “sí lo saben, pero lo hacen”.
En el bucle nostálgico de South Park lo importante no es la nostalgia en sí. Hay muchas otras emociones en juego: los miedos que produce la masculinidad impugnada por el feminismo o la inmigración, la ansiedad inevitable por la velocidad del cambio tecnológico, la incertidumbre del mundo del trabajo; podríamos citar muchos más. Lo importante es descifrar la manera en que estas emociones, moduladas por la cultura, se convierten en capital político. En este sentido, formatos como BoJack Horseman o South Park son más efectivos que el reciente producto de Netflix “No mires arriba”, porque operan en el mismo plano en el que funciona la ideología. Por eso son comedias que “duelen”. Es fundamental que BoJack tenga cabeza de caballo, para no ser realmente lo que el personaje parodia: un actor venido a menos. Y no puede ser eso. Tiene que ser algo más, también una referencia difusa de las emociones del capitalismo del deseo. De este modo, fuera del margen del realismo vulgar, el impacto sobre la conciencia es mucho mayor y la obra no se desactiva políticamente por asimilación.
South Park es una serie de-sublimadora. No señala la desnudez del emperador, sino que ridiculiza la figura del emperador en sí. Da igual si va desnudo o vestido, porque la serie no entra en el plano del saber. Lo que hace de South Park una serie tan interesante es su uso de la “razón cínica”, su capacidad para quitarle brillo al objeto que critica. En estos tiempos de estetización de la realidad, en los que el principal producto del capitalismo es nuestra atención, esa retirada de lo sublime tiene un efecto demoledor. Hay productos como “la identidad'' que cuando pierden el brillo de su retórica no tienen nada detrás. No hace falta retratarlos con crudeza, funciona mejor despojarlos de lo sublime, apartarlos de su conexión con las emociones. Como un des-enamoramiento. Esto es lo que tan bien hacen Trey Parker y Matt Stone desde 1997. Aquí un fan está deseando que esté disponible en España la temporada 24.
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