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  • Foto del escritorRaúl Cordero Núñez

TERF: estrategia de justificación de la violencia


En España han muerto asesinadas doce mujeres trans desde 2008, y en todos los casos, como en el resto de agresiones homófobas, los victimarios han sido hombres. No se conoce un solo caso reciente de agresión tránsfoba perpetrado por una mujer. Sin embargo, el “premio ladrillo” a la persona tránsfoba del año otorgado por la asociación Triángulo ha sido para… Lucía Etxebarria. Con el aplauso de la Ministra de Igualdad. No se ha otorgado a VOX o a la asociación franquista Hazte Oír, sino a una feminista. Pero aunque no lo parezca, este comportamiento tiene una explicación racional (aunque no una justificación) sobre la que trataremos de reflexionar en este texto.


Hace unos meses una trabajadora británica fue despedida por exigir que no se dirigieran a ella como persona menstruante, sino como mujer. En medio de una guerra por la elección de los pronombres, la trabajadora inglesa pensó que podía exigir en igualdad de condiciones un trato ajustado a su realidad de mujer. Tras su despido, JK Rowling, la autora de la saga de Harry Potter, salió en su defensa, lo que propició una campaña de cancelación contra ella con amenazas como las que vemos en las imágenes de más abajo. La reivindicación de JK Rowling contra la persecución ideológica de los empresarios contra sus trabajadores tuvo como consecuencia que la revista sensacionalista The Sun publicase una entrevista de la expareja de Rowling, condenado por violencia machista contra ella. En la entrevista declaraba que volvería a golpearla, una declaración que el medio colocó en portada con el aplauso de buena parte de los activismos de género posmodernos que ya se habían posicionado a favor de la arbitrariedad empresarial en el despido de la trabajadora. La teoría queer también ha recibido críticas desde el feminismo indígena americano, porque al no tener en cuenta ningún tipo de materialidad, no es útil para la emancipación de las mujeres que no acceden a las élites académicas y políticas. Estas mujeres, según Juan Carlos Monedero, al criticar la teoría queer serían parte de esta España que mató a Lorca, porque toda crítica a las tesis de las élites académicas en relación a la teoría queer debe castigarse con violencia si es necesario. Y para ello, ya sea para disciplinar a mujeres o personas trans, la etiqueta TERF juega un papel relevante que trataremos de revelar.





Estos ejemplos nos colocan en la tentación de la irracionalidad. Como en muchos análisis sobre los votantes de VOX, la explicación sobre el comportamiento de los defensores de los despido ideológicos, o de la violencia contra las feministas, vendría a explicarse por una suerte de carencia intelectual. Pero no es así. Personas plenamente normalizadas han justificado o relativizado esta violencia constante que sufren las feministas críticas con el feminismo institucional del Ministerio de Igualdad. Como en el caso de la trabajadora inglesa despedida por exigir un trato ajustado a su identidad de mujer, en España se puede explicar el disciplinamiento contra las corrientes críticas con el gobierno desde la racionalidad. No se trata de personas al margen sino plenamente normalizadas que han encontrado una forma de eludir la responsabilidad moral sobre la violencia. Algo que debería preocuparnos independientemente de nuestra posición en el debate. Porque si un bando puede aplicar la violencia contra las mujeres y personas trans que opinan diferente, con las instituciones de su parte, entonces no hay debate.





Los seres humanos desarrollamos nuestro sentido moral a través de la interacción social con los demás. Para la conformación de nuestro comportamiento social, además de la mera comprensión racional de las normas de la comunidad, se requiere de una interiorización que incluye elementos conductuales y emocionales, de manera que la suma de razón-conducta-emociones da lugar a un mecanismo de autorregulación. No es motivo de este texto analizar en profundidad cómo tiene lugar la emergencia de este sistema de autorregulación, pero conviene quedarse con la idea de que interiorizamos nuestro sistema de valores y, una vez interiorizado, somos nuestros primeros vigilantes.


Sin embargo, personas que podemos considerarnos normalizadas, es decir, cuyo comportamiento está dentro del margen de la eticidad de nuestra comunidad, en ocasiones actuamos fuera de nuestro propio marco ético. Estas salidas se realizan, en ocasiones, causando daños importantes a terceras personas. ¿Cómo tiene lugar esto sin que se socave permanentemente nuestro concepto de nosotros mismos? ¿Cómo lidiamos con estas salidas de nuestra propia moral sin que se produzca una merma en nuestra autoestima? El psicólogo canadiense Albert Bandura propone una serie de estrategias cognitivas que permiten realizar esta desconexión moral reduciendo el coste, en un proceso que denomina “desconexión moral selectiva”. Explica de esta manera los mecanismos psicológicos de lo que Hanna Arendt describió con su concepto de banalidad del mal. En mi opinión, el concepto TERF que emplean algunos grupos de activistas de género posmodernos tiene la virtualidad de ofrecer una desconexión a través de la cual justificar la violencia contra las mujeres y personas trans críticas del género, lo que lo convierte en un concepto problemático.


En primer lugar, tenemos que considerar que el concepto TERF no alude ya a una supuesta transfobia por parte de la persona a la que se etiqueta. El hecho de que se esté utilizando para el etiquetado de algunas personas trans críticas del género, nos dice mucho sobre su función como concepto mordaza. Con este acrónimo se designa, para disciplinarlas, a las personas críticas con la teoría queer, y en el caso español, con el Ministerio de Igualdad. Lo que se rechaza cuando se aplica este concepto no es la supuesta oposición de la persona etiquetada a que las personas trans tengan derechos, sino el haber realizado una lectura crítica de los generismos posmodernos. Por eso es aplicable también contra personas trans que, obviamente, no se oponen a tener derechos, sino a la aplicación del psicoanálisis y el constructivismo al objeto del feminismo, o lo que se viene denominando teoría queer. Es un término tránsfobo, en la medida en que deslegitima las vidas de las personas trans que no se ajusten al pensamiento hegemónico.





El movimiento feminista no es transexcluyente, y con su lucha contra la imposición de un destino a partir de la biología, aporta de hecho las herramientas para la lucha del colectivo trans: a quién se le impone un destino a partir de su biología. Pero se defiende de la sustitución de sus análisis estructurales por la nueva “matriz de inteligibilidad” que proponen psicoanalistas como Judith Butler. Reconocer que el patriarcado es biologicista, y que impone un destino diferenciado a partir de los cuerpos sexuados (por eso en Kenia se mutila a las niñas y no a los niños), no sólo es útil para la emancipación de las mujeres, sino que permite explicar el hecho transexual: la no coincidencia de las expectativas de comportamiento que el patriarcado asigna a cada sexo, deriva en que la disforia de género sea interpretada como la posibilidad de cuerpos equivocados. Estos cuerpos sólo son equivocados si asumimos que cada cuerpo sexuado tiene un comportamiento diferenciado que le es propio: hombres y mujeres biológicos tendrían un destino conductual predeterminado. Ese destino es lo que el feminismo llama género, y no es innato sino construido socialmente. Acabar con el género, es decir, terminar con la imposición de conductas, sentimientos y expectativas diferenciadas para hombres y mujeres, es un objetivo del feminismo radical que perfectamente comparte buena parte del activismo trans (el activismo no-queer).


Sin embargo, lo que estamos viendo en los últimos años, es un incremento de la presión que estos grupos de activistas posmodernos ejercen contra el movimiento feminista y trans crítico con el psicoanálisis y el constructivismo. La proliferación de consignas como “kill the TERFs” (matar a las TERFs), “I punch TERFs” (golpeo TERFs), o las amenazas de muerte y agresiones físicas a mujeres y personas trans que cuestionan la teoría queer, se normalizan cuando no se justifican. Medios de comunicación que en otras ocasiones se posicionan sin vacilar contra la violencia, relativizan el conflicto y practican la equidistancia como si fuera lo mismo el uso o no uso de la violencia. Y para la desconexión moral en masa que supone la aceptación de que el debate pueda darse desde el acoso y la amenaza constantes, el concepto TERF es perfectamente funcional, porque permite aplicar las ocho estrategias descritas para la desconexión moral selectiva, entre las que se encuentran algunas tan peligrosas como la deshumanización (no es una mujer, es una TERF) o el desplazamiento de la responsabilidad (le han agredido, pero si es una TERF a lo mejor se lo merece). No obstante, al final del texto dejo una breve explicación de cada una de las ocho estrategias aplicadas a la violencia contra las feministas para quien quiera ampliar.


Es cierto que la etiqueta TERF funciona como concepto mordaza, es decir, como una estrategia para silenciar las disidencias contra el psicoanálisis aplicado al objeto del feminismo. Pero tiene más riesgo como mecanismo de desconexión moral en masa. Porque cuando damos al conjunto un instrumento de elusión de la responsabilidad moral, no es posible saber hasta dónde puede llegar la banalidad del mal. Hanna Arendt analizó de forma muy aguda como el nazismo no fue posible por la confluencia de una serie de personalidades monstruosas, sino por la posibilidad concedida a todo un pueblo formado por personas normalizadas para realizar este tipo de desconexiones. El concepto TERF, independientemente de la posición de cada uno sobre la teoría queer, es un riesgo para la democracia. Más si cabe en nuestro país, donde el psicoanálisis aplicado al objeto del feminismo es política gubernamental. Estos activismos violentos actúan como una suerte de grupos paraministeriales que acosan, amenazan o fomentan el despido del puesto de trabajo de quien defienda cualquier posición crítica con las tesis del Ministerio de Igualdad. Si el Gobierno no condena la violencia que legitima la etiqueta TERF, estará beneficiándose de una censura inaceptable en una democracia del siglo XXI.





AMPLIACIÓN OPCIONAL: ocho estrategias para la desconexión moral selectiva:


Podemos agrupar las ocho estrategias en cuatro grupos en función del dominio sobre el que se despliegan los mecanismos de desconexión: la conducta, las acciones, los resultados o los destinatarios.


Para realizar una descarga sobre la conducta, se despliegan las estrategias de justificación moral, etiquetado eufemístico y comparación ventajosa.


La justificación moral consiste en atribuir la conducta a un fin superior que justificaría lo que en condiciones normales no es justificable. Quienes amenazan con clavar un destornillador oxidado a JK Rowling, es probable que no defiendan la amenaza como una forma ordinaria de relacionarse con otro ser humano, pero han encontrado en la teoría queer una “ideología justa” por la que merece la pena sobrepasar los límites de la propia ética.


El etiquetado eufemístico- llamar “daños colaterales” al asesinato de civiles en la guerra, por ejemplo-, se realiza de manera directa a través del concepto TERF. Cuando en lugar de describir una agresión física o verbal, se puede describir una “lucha contra la transfobia”, se estaría justificando un grado de violencia mayor del tolerado en condiciones normalizadas. Estudios citados por Bandura respaldan la idea de que cuando algo se etiqueta con eufemismos, las personas se comportan de manera más agresiva.


La comparación ventajosa consiste en oponer a la propia conducta otra conducta peor, de manera que la propia aparezca como insignificante. Desde luego que la discriminación y la violencia que sufren las personas trans es intolerable- y por cierto condenada por todo el movimiento feminista-, pero esta violencia no puede convertir en insignificante otras violencias, como las ejercidas por algunos activismos de género posmodernos contra mujeres y personas trans críticas.


Para la descarga de la responsabilidad en la acción, las redes sociales han facilitado las dos estrategias ligadas a este dominio: el desplazamiento de la responsabilidad y la difusión de la responsabilidad. Los perfiles anónimos o paródicos desde los que se ejerce buena parte del acoso dificultan la asignación de la responsabilidad sobre las acciones cometidas. Además, como el acoso se da de manera masiva, la responsabilidad individual se difumina. De hecho, se trata de acoso precisamente porque son muchas personas realizando pequeñas acciones de presión sobre una misma víctima. Cada acción por separado no tiene el poder acosador del conjunto. Pero en ese conjunto, la responsabilidad personal es difusa.


Para la descarga sobre el resultado, la estrategia es la distorsión de las consecuencias. Este mecanismo tergiversa el resultado de las acciones, imponiendo un relato que minimiza el impacto del comportamiento. Cuando la violencia se ejerce contra un ser humano, es difícil relativizar, pero si se ejerce contra una TERF, se trata de un debate crispado dentro del feminismo. En este caso, el concepto TERF es funcional para que el significado colectivo que damos a las agresiones y amenazas, o a las consecuencias en forma de acoso o despidos que sufren las personas críticas con el psicoanálisis, parezcan mínimas. Si se trata de una TERF, que circule su dirección en redes sociales después de ser amenazada de muerte es sólo un “debate acalorado en el que las dos partes están muy crispadas”.


Y por último, en relación al receptor de las acciones, nos quedan las estrategias de atribución de culpa y deshumanización, quizás los dos mecanismos en los que con más claridad se percibe la funcionalidad del concepto TERF como un justificador de la violencia. El primer mecanismo consiste en un desplazamiento de la culpa de las acciones hacia la víctima. Es la misma estrategia del abogado de la Manada: la violación es mala, pero ¿cómo iba vestida ella? ¿había bebido?... ¿es una TERF? La atribución de la etiqueta TERF desplaza la culpa hacia la víctima. Para esto ayuda el haber creado un relato distorsionado que vincula la etiqueta a la transfobia, aunque no tenga nada que ver con eso. Como cualquier buena persona defiende los derechos de las personas trans y empatiza con las violencias que sufren habitualmente, si no cuestiona la misoginia del concepto TERF, estará dispuesta a atribuirle a la víctima la culpa de una agresión verbal o física. Si es una TERF, la agresión sufrida es culpa suya. Pero si además el concepto TERF sirve como eufemismo deshumanizador, entonces tenemos sobre la mesa la primera estrategia de legitimación de la violencia: restarle humanidad a la víctima. La repetición de la etiqueta TERF sobre algunas figuras (JK Rowling, por ejemplo), tiene el efecto de que dejemos de pensar en ellas como seres humanos para ver únicamente una categoría de análisis. No es un ser humano, es una TERF, por lo tanto no hay daño moral derivado de la violencia. Esto permitió que una conocida revista británica, tras las reivindicaciones feministas de Rowling, entrevistara a su expareja maltratadora. Su maltratador declaró no arrepentirse de haberla abofeteado, lo que fue aplaudido por una parte de la comunidad queer.



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