Hace unos días, la periodista francesa Anne Laure Bonnel nos dejó una escena que expresa muy bien el momento visual de la guerra de Ucrania. La corresponsal comentaba las imágenes de un bombardeo sobre una escuela en la región de Donbass que partió por la mitad a dos profesoras. Durante la conversación la periodista comenta que el bombardeo fue perpetrado por el gobierno Ucraniano, pero acto seguido, y viendo la reacción de sorpresa del resto de participantes, se siente obligada a pedir perdón sin que nadie se lo diga. Pero, ¿por qué se disculpa?
Las imágenes tienen un poder creciente en la era digital. Estamos sometidos a un régimen visual de producción permanente con un efecto que no debemos pasar por alto: la deflación. Hay una deflación de la imagen. Las imágenes aisladas cada vez significan menos como consecuencia de su sobreproducción y la sobreestimulación de los receptores. Por eso, deben ser incluidas en narrativas que siempre desbordan el contenido objetivo de la imagen. Las imágenes no son, sin más, una forma de representación. Tienen mucha más miga. Por eso conviene diferenciar entre imagen y visualidad, o entre ver y mirar.
Las imágenes poseen narrativas internas y externas. Las internas se refiere al contenido de la propia imagen (coincida o no con las intenciones del creador); la narratividad externa se refiere al contexto social y a las condiciones que hacen posible esa narrativa. Es a partir de esta diferencia que podemos entender la distancia entre ver y mirar, o entre la imagen y la visualidad. “La visualidad es aquello que hace de la visión un lenguaje”, nos dice Sergio Martínez Luna. La visualidad, por tanto, no se reduce a la imagen, sino que tiene sus propias formas de producción de significado, conectadas con las relaciones de poder, el contexto cultural, etc. La imagen, por lo tanto, no se limita a representar de manera fiel una realidad objetiva que está ahí fuera. Es la mirada la que significa una imagen, de manera que la misma imagen puede ofrecer significados múltiples (aunque no infinitos) a la vez que puede someterse a ocultaciones, exclusiones, impedimentos para la legibilidad de algunos de sus elementos y significaciones. Para expresarlo de una forma sencilla, la mirada o visualidad aporta el significado de la imagen. La imagen es polisémica y su significado solo puede ser fijado a costa de imponer una mirada.
La razón por la que se hace tan acuciante la corrección de cualquier desvío en la interpretación de la narrativa oficial (ya sea rusa u occidental) es que la mirada no puede imponerse de forma explícita. El individuo debe creer que él es el sujeto que mira. Pero cuando se producen “errores”, como el de la periodista francesa, la imposición de la mirada se evidencia. Como en un dibujo que contiene un doble sentido, en el momento en que el segundo sentido aparece ya no puede ocultarse. Su aparición pone en evidencia que “la imagen ya no es un elemento pasivo que sostiene los procesos de representación, sino una forma activa productora de intersubjetividad y con capacidad performativa” (Sergio Martínez Luna). En el régimen visual contemporáneo, “el concepto de performatividad de la imagen apunta a su capacidad para actuar, pero también, a su capacidad para la inclusión de las subjetividades dentro de un marco normativo”. El régimen visual del periodismo actual se mueve en ese marco performativo a través del cual sus imágenes normalizan y normatizan nuestra mirada, nos dicen lo que es visible y lo que no; y, sobre todo, cómo interpretarlo. Pero también excluyen, y en esas exclusiones se juega igualmente la visualidad: por ejemplo ocultando los bombardeos marroquís sobre el Sahara Occidental acontecidos esta semana. Esto es lo que rompe sin querer Anne Laure Bonnel. Y siendo consciente de ello, voluntariamente se lanza a pedir perdón.
En el caso de la guerra de Ucrania, las imágenes las aportan los ucranianos y ucranianas: sus cadáveres, sus casas derruidas, sus amontonamientos en la frontera son la imagen. Pero la mirada la imponen Rusia y Occidente. En este sentido podemos decir que los dos bandos le hurtan a los civiles ucranianos su condición de sujeto. Ellos y ellas son el objeto- la imagen-, pero el sujeto que mira, y que impone la mirada con sus correspondientes exclusiones significantes, es siempre otro. Por eso, ante la recepción de las mismas imágenes, la periodista francesa se siente obligada a pedir perdón: está poniendo en riesgo la mirada. La imagen es la misma, pero la mirada occidental (como ocurre en Rusia en dirección contraria) ha fijado un significado para las imágenes de la masacre que se pone en riesgo cuando la información se traslada desde este lado de la trinchera. En occidente la imagen de un cadáver ucraniano solo puede mirarse como asesinato ruso. No puede aparecer la otra imagen del cuadro porque entonces ya no podrá ocultarse de nuevo.
Rusia y Occidente (aunque lo queramos plantear sin equidistancias, porque la invasión es injustificable y la está perpetrando Rusia) contribuyen a la pérdida de humanidad de la población civil ucraniana cuando, desde los medios de comunicación, los convierten en el objeto y nunca en el sujeto de la mirada. Aunque tampoco somos ingenuos porque una cobertura en base a testimonios estaría igualmente sesgada, sería profundamente selectiva por uno y otro bando, sometida a los respectivos regímenes de visualidad, como está ocurriendo con las imágenes que blanquean los vientres de alquiler. Al final, sólo la paz abre algún horizonte para la recuperación de la humanidad y la capacidad de agencia para la población civil ucraniana. Las situaciones de violencia extrema reducen la libertad hasta su insignificancia, porque nos llevan al régimen de supervivencia. Por eso se perpetran.
En cualquier caso, para que la guerra de Ucrania no contribuya a degradar todavía más la calidad y el prestigio de la democracia, debemos estar vigilantes a los regímenes de visualidad que se nos imponen. Sobre todo cuando se ha cedido la soberanía de la cancelación y la censura a empresas privadas cuya vocación no es la de mejorar la calidad democrática. La guerra es de por sí dramática y el problema principal es la pérdida de vidas ucranianas. Pero no podemos ser ingenuos y no pensar en las muchas posibilidades que los halcones neoliberales están viendo para producir cambios en el orden global aprovechando la invasión rusa. Esto sólo puede suponer ampliar el drama en el medio y largo plazo con menos democracia y nuevas alianzas mundiales para la defensa de intereses no del todo claros. Y para esto, el uso de las imágenes, los regímenes de visualidad y las formas de mirar y ver serán un terreno de batalla.
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